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La Misión Geodésica Francesa en el Ecuador (1736-1741). Ensayo bibliográfico
Publicado por      09/08/2022 09:16:49     Ex Libris    0 Comentarios
La Misión Geodésica Francesa en el Ecuador (1736-1741). Ensayo bibliográfico

En las continuas revisiones que hacemos en <livirame.com> de los fondos online y de los que aún no han sido subidos al sitio, hemos podido constatar varios títulos relacionados con la Misión Geodésica Francesa (MGF) en el Ecuador, que nos ha parecido oportuno divulgar para un mejor conocimiento de la enorme contribución a la ciencia que hizo la citada Misión en el escenario natural de nuestro país. En este corto ensayo me concentraré solo en señalar la literatura que ha circulado y aún circula en Ecuador sobre este tema, sea por medio de títulos extranjeros o de títulos producidos en el país. 

Cuando fui estudiante por los 60’s, llegué a conocer solo dos piezas bibliográficas sobre la MGF, el Viaje a la América Meridional de La Condamine (Espasa-Calpe, 1962), y La Condamine en la América Austral de Ricardo Majó Framis (Aguilar, 1963), que es prácticamente una versión literaria muy ajustada a la narración de La Condamine, ambas por supuesto sin abordar in toto la naturaleza de la Misión. La literatura “geodésica” es, por cierto abundante, aunque ha calado poco en el gran público, porque el tema es de gran complejidad. No obstante, ha sido muy leído El Proceso con las estrellas (1999) de Florence Trystram, una historia novelada de toda la MGF, tanto en su misión científica como en su tragedia humana, con anotaciones del traductor Darío Lara, diplomático ecuatoriano. Básicamente, se sabía en el siglo XVIII que la forma de la Tierra no era completamente esférica sino achatada, y los franceses se empeñaron en averiguar si lo era en los polos o en el ecuador geográfico, asunto tan arcano como esotérico que podía hacerse midiendo un arco de meridiano terrestre. Al efecto, se conformaron dos misiones geodésicas, una para el polo norte, en la Laponia, y otra para el ecuador, en la antigua Audiencia de Quito. En el caso de esta última, Francia envió un equipo de 11 técnicos (maîtres) y 14 personas de servicio (incluyendo algunos esclavos negros donados por el Rey), a los que hubo que añadir, por orden de la corona española, dos jóvenes oficiales hispanos, en calidad de “asociados” en la investigación (ver “espías” discretos) de la misión francesa. 

El país visitado en ese entonces era la Provincia o Audiencia de Quito, denominación que fue muy poco usada por los franceses, para los cuales fue acaso mejor decir, pública y oficialmente, que estaban trabajando simplemente en el exótico y ardiente équateur (i.e. ecuador geográfico), antes que en una Audiencia completamente desconocida en Europa. Puesto así de simple y en uso continuado, quién sabe si a la larga no fue M. de La Condamine quien bautizó a nuestro país, cuando en 1751 publicó su Journal de voyage fait par ordre du Roi à l’Équateur. Nuestro Ecuador, al fin, voilà

Su primera tarea concreta fue seleccionar una porción de terreno donde realizar las consiguientes medidas trigonométricas y estelares, y se optó por la zona del callejón interandino, que se extiende desde Cochasquí al norte hasta la planicie de Tarqui al sur.  El lector no experto en cuestiones geodésicas no puede apreciar la magnitud del esfuerzo intelectual y físico (mediciones con teodolitos para la línea base, la triangulación, el registro minucioso e interminable de observaciones astronómicas, etc.), pero puede advertir fácilmente la importancia de este trabajo con sólo dimensionar las penalidades sufridas por los académicos para obtener sus medidas: noches heladas de vigilia, a la caza de las estrellas, robos sistemáticos de las miras colocadas en cerros lejanos, situaciones personales que causaron muertes, y hasta desacuerdos científicos de los expedicionarios que, más de una vez, pusieron en peligro los objetivos de la misión. Los lectores pueden encontrar una excelente reseña de los logros científicos de la expedición en Los caballeros del punto fijo (1987) de Lafuente y Mazuecos (Ediciones del Serbal, republicado en Ecuador por Abya Yala). Sin embargo, no quiero dejar este tema sin consignar una anécdota singular que, como cariñito azuayo, dedicaron los tarqueños a los franceses en una escaramuza realizada en 1739. En palabras de La Condamine:

“Esta diversión (los arabescos que dibujan los caballos dando vueltas por la plaza) tiene intercaladas escenas de pantomima en que jóvenes mestizos con talento teatral imitan perfectamente todo lo que ven, así no lo entiendan. Los había visto muchas veces mirándonos atentamente mientras tomábamos medidas de las alturas del sol para regular nuestros péndulos. Debió ser un misterio impenetrable para ellos, ver que un observador de rodillas al pie de un cuadrante, la cabeza hacia atrás, teniendo en una mano un vidrio ahumado, y manipulando con la otra el tornillo del instrumento, se daba modos para chequear el telescopio y la plomada, correr de tiempo en tiempo a revisar el minuto o el segundo de un péndulo, y escribir cifras en un papel, para finalmente darse la vuelta y comenzar todo otra vez. Pues, ninguno de estos movimientos se les había escapado a las miradas curiosas de nuestros espectadores: así que, cuando menos lo pensamos, aparecieron en el suelo cuadrantes grandes de madera y papel pintado muy bien copiados, con los respectivos bufones imitándonos con tanta veracidad, que no pudimos evitar reconocernos en ellos. El espectáculo fue tan cómico que confieso no haber visto nada más gracioso durante mis diez años de viaje…”

Es sabido que los trabajos con teodolito se hacen a partir de un punto fijo, que se vuelve sagrado, inviolable, indestructible, eterno, etc., porque, si algún error ocurriera ulteriormente, se puede siempre corregirlo regresando a ese punto. Los académicos se pasaron un buen rato buscando en la sierra un lugar plano donde trazar puntos o líneas bases que permitieran realizar mediciones geodésicas y astronómicas y controlar la calidad del trabajo. Lo encontraron en la planicie de Yaruquí donde ubicaron una línea con un extremo en Caraburo y otro en Oyambaro. Y a fin de hacerla “eterna” decidieron construir dos pirámides en los extremos, para que eventualmente puedan ser utilizadas si se hicieran otras mediciones. Y allí ardió Troya porque los académicos españoles, Jorge Juan y Antonio de Ulloa, no estuvieron de acuerdo con los textos de las inscripciones de las placas conmemorativas, ni la corona con el aire de segundona que figuraba en la gesta. Peleas por aquí y por allá, que llegaron a la corona española, órdenes y contraórdenes y, finalmente, la demolición de las pirámides por parte de la Audiencia de Quito, con una revocatoria in extremis que llegó un poquito demasiado tarde. Whymper pudo ver, hacia 1875, lo que quedó de ellas: la pirámide de Oyambaro se encontraba desplazada y no era la original, y la piedra de la inscripción se encontraba en una hacienda cerca de Pifo, convertida en piedra de moler. Y lo peor de todo, se había perdido para siempre la posición original de las pirámides, la única que daba sentido a las medidas del cielo y de la tierra. Sin contar con los engorrosos asuntos jurídicos y diplomáticos generados por la demolición, La Condamine se lamentaba del meticuloso trabajo físico que pusieron, vanamente, en la instalación perfecta, o quasi perfecta, de las pirámides: “fue necesario sacar a 16 m. de profundidad, doce o trece mil quintales de roca, buscando dos planchas de piedra de un tamaño suficiente para la inscripción, hacer máquinas y cables para levantarlas, e instrumentos para trabajarlas, cimentar una de las dos pirámides sobre pilotes, procurarse madera apropiada en un cantón donde no la había, traer el agua, de una distancia de dos leguas, por una  acequia hecha a propósito, todo ello sin hablar de la selección y transporte de los materiales y de la escasez y poca habilidad de los obreros”. Por cierto, el Journal de la Condamine (tomo V de los Documentos para la Historia de la Real Audiencia de Quito, José Rumazo 1948-50) trae la historia completa de la tragedia, que constituyó sin duda un atentado contra la ciencia. La traducción española lleva por título Diario del viaje al Ecuador. Introducción histórica a la medición de los tres primeros grados del meridiano, 1986, Ediciones Publitécnica, Quito. El lector interesado puede remitirse también a El matemático impaciente, La Condamine, las pirámides de Quito y la ciencia ilustrada (2008) de Raúl Hernández Asensio o a Las pirámides de Caraburo y Oyambaro (1978) de Angel Bedoya Maruri, Boletín Histórico 2(7), o a Jean-Baptiste-Washington de Mandeville, primer cónsul francés en el Ecuador, y la restauración de las pirámides de Caraburo y Oyambaro (1990) de Gabriel Judde, Boletín de la Academia Nacional de Historia BANH, vol. 73. 

Por otro lado, se ha rumoreado que los académicos dejaron también lápida conmemorativa en la llanura de Tarqui, aunque no hay constancia de ello en los documentos de la MGF. Según el famoso neogranadino Francisco José de Caldas, el Dr. Pedro Antonio Fernández de Córdova, Canónigo de Cuenca, habría encontrado la lápida “geodésica”, cuyo texto fue copiado por el neogranadino y enviado al Mercurio Peruano que lo publicó en 1793. Pero no fue, hasta 1849, que reapareció el texto en una reedición del Semanario de Nueva Granada, donde Caldas revela que la publicación limeña adolecía de errores. Menuda situación que generó, entre los cuencanos, aguda y sesuda controversia, que puede ser consultada en los trabajos de Agustín Iglesias La célebre lápida de Tarqui (1928, Centro de Estudios H y G. de Cuenca) y de Miguel Díaz Cueva en su La lápida de Tarqui (varias ediciones en la década de los ‘80s, una de ellas en BANH, vol. 69 de 1986). Desde el pasado siglo la parroquia Tarqui, ha logrado posicionar como monumento histórico al Cerro Pugín o Puguín, más modernamente llamado Francesurco, donde los científicos habrían realizado mediciones. Y la lápida? Pues, parece que de manos del Canónigo, pasó a Caldas que la llevó a Colombia, de donde fue devuelta en 1885 y llevada a Cuenca donde permaneció por varios años empotrada en una pared de la casa de Remigio Crespo Toral, y otros años más como pieza del Museo homónimo. Y de ahí, en cansado vuelo final, aterrizó en el Francesurco para ser colocada en el obelisco de la cima. 

Terminado el trabajo de la MGF hacia 1741, sus integrantes se dispersaron por diferentes caminos, en busca de otras oportunidades, laborales o científicas, en la misma Audiencia o en Lima. Los geodésicos vinieron a la Presidencia de Quito por no más de dos años, pero por varias razones, se quedaron trece, tiempo suficiente para que les ocurra una serie de aventuras, que se sucedieron con sino implacable. Un esclavo de M. Bouguer fue muerto a cuchillo en Quito, Couplet se murió de “violenta” enfermedad en Cayambe, La Condamine fue acusado de contrabandista, Morainville murió por caida de un andamio en una iglesia que construía en Cicalpa, en fin, Juan Seniergues es abatido en Cuenca, víctima de un crime passionnel, y Godin des Odonnais, casi pierde a su mujer, quien en alucinante aventura por el Amazonas, se reúne finalmente con su esposo en Brasil, quince años después de su separación. No sin razón la literatura ha entrado a dar vida a algunos de estos eventos y personajes. Ortega Fenner cuenta la historia general, con Joseph de Jussieu como narrador, en Dos mundos en la tierra, Aqua d’Or (2015), mientras Godin des Odonais y su esposa, juntos o separados, tienen plasmada su aventura vital en Sola a través de la selva amazónica (1988) de Carlos Capriles, Una historia de Amor: Isabel Gramesón (2000) de Carlos Ortiz Orellana y La Misión Geodésica Francesa, una historia verdadera de ciencia, supervivencia y amor (2012) de Robert Whitaker. Por otro lado, Las aventuras de los geodestas franceses del siglo XVIII en la región Amazónica de Jorge Villacrés Moscoso (1986), Viaje por el interior, la ruta amazónica de La Condamine (2010) de Jacques de Guerny, y Los dibujantes de la Tierra (2012) de Nicolás Cuvi sorprenden al lector con el viaje a Europa de La Condamine y Pedro Vicente Maldonado por el río Amazonas, mientras que, de mano de nuestro poeta G. h. Mata, Cusinga, capulí en lis (1943) se yergue en arrebatado canto por la chola cuencana, la Manuela Quezada y su trágico amorío con el médico Seniergues. Lúbrico, G. h. Mata no escatima licencia literaria para recorrer, aunque sea en versos, el cuerpo de Manuelita, la emblemática chola de la morlaquía.

Por cierto, también han circulado en el país las obras de los científicos españoles Jorge Juan y Antonio de Ulloa, que acompañaron a los franceses en la misión geodésica: Relación histórica del viaje a la América Meridional, Fundación Universitaria Española, Madrid 1978, facsímil de la edición de 1748, Noticias secretas de América, facsímil de la edición inglesa de 1826, publicada por Libri Mundi en coedición con Ediciones Turner de Madrid, y la menos conocida Noticias de América de Antonio de Ulloa (Editorial Nova, Buenos Aires, 1944). En conjunto estas tres obras constituyen una especie de enciclopedia histórico-geografica de la América meridional y sobre todo del Équateur, en las que se puede consultar temas diversos como recursos culturales, minerales y de flora y fauna, grupos indígenas, además de los problemas de gobernanza que aquejaban a las regiones mencionadas frente a la corona real. 

La contribución ecuatoriana a la bibliografía geodésica ha sido relativamente modesta y de escasa circulación, ya sea por encontrarse en revistas especializadas o en publicaciones de restringida divulgación. Fuera del tratamiento de rigor, dado por historiadores, como González Suárez, Pedro Fermín Cevallos, Gabriel Cevallos García, y otros, se puede anotar trabajos monográficos como Pedro Vicente Maldonado y la Misión Geodésica Francesa del siglo XVI de Nicolás Espinosa Cordero (1936), quien aportó también con su Breve relación de un viaje de La Condamine, una traducción directa del original francés hecha por el mismo y publicada por el H. Consejo Provincial del Azuay (1983), con anotaciones del traductor que valen la pena ser revisadas por los interesados en el tema, el Extracto del diario de viaje de Quito al Pará 1745, publicado en facsímil por el Banco Central del Ecuador (1986), La expedición de los académicos franceses al Ecuador de Tomás Vega Toral (Revista del Centro de Estudios Históricos y Geográficos de Cuenca, 1937), la Expedición de científicos de Francia, siglo XVIII, en la Presidencia de Quito (1977) de Jorge Villacrés Moscoso (1986), la Expedición Científica de Francia, siglo XVIII, en Presidencia de Quito, de Neptalí Zúñiga, 1977, IPGH, y la treintena y más de artículos del Simposio por los 250 años de la Misión Franco-Española a la América Ecuatorial (julio de 1986), organizado por varias instituciones culturales del país, y publicados en 1989 por el BAHN vols. 72 y 73. De paso, ha circulado también el libro La Misión Geodésica Francesa (CCE y CNPPC 1986) que recoge los discursos pronunciados en los eventos del “Coloquio Ecuador 86” del que formó parte el mencionado Simposio.  

Bouguer y La Condamine, que tenían mayor responsabilidad por el proyecto ante el gobierno francés, regresaron separadamente a Francia en 1743, llegando a destino en 1744 y en 1745, respectivamente. Y el más rezagado en partir fue Louis Godin, quien se quedó un tiempo más haciendo gestiones para ir a Lima a enseñar Matemáticas y Astronomía. En 1742 todavía estaba en la Audiencia haciendo algunos trabajos independientes. Al respecto, La Condamine señala que, hacia 1740 y por algunos años, Quito se había constituido en el entrepuente de las mercancías que venían del Perú, especialmente el tesoro de los galeones hundidos. En consecuencia, el camino Guayaquil-Quito-Cartagena estaba lleno de mulas cargadas de oro y plata con rumbo a Panamá. Una de ellas, cargada de metal por 80 mil piastras (400 mil libras de “nuestro” dinero, dice La Condamine), se cayó al agua, al cruzar un puente sobre el río Pisque. La profundidad era de unos 5 m. pero los nadadores locales no pudieron hacer nada, toda vez que el metal hundido parecía haberse movido del lugar de la caída. En estas circunstancias, se contrató a Godin para que desvíe el curso del río, cosa que el francés lo hizo en tres ocasiones, lamentablemente sin lograrlo del todo, en razón de que, cada vez que se alcanzaba el desvío de aguas, una creciente rápida del río venía encima y lo arruinaba todo. No se sabe cual fue el desenlace de este percance, pero en los últimos meses se le vió a Godin resolviendo pequeños entuertos dejados por sus colegas, ayudando a otros a salir de la Audiencia, y arreglando finanzas con todos los que directa e indirectamente habían trabajado para la MGF. Todo ello por una razón importante: la corona francesa le había dado la orden terminante de no salir del Équateur, sin haber pagado hasta el último centavo de deuda. 

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