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Cosas del Setenario
Publicado por      07/10/2023 23:24:00     Ex Libris    0 Comentarios
Cosas del Setenario

En memoria de Pedro de Oñate, “coetero”, que murió quemado en
el festival pirotécnico de Corpus en 1702

Hace algunos años coincidí en Cuenca con un amontonamiento de gente cerca del Parque Calderón y, preguntando en voz alta, alguien dijo: “No es nada señor, solo la procesión del Corpus que no puede avanzar con tanto carro”. En efecto, me di cuenta que la gente, con ramos de flores y velas, toreaba los vehículos, mientras un palio se movía descuajiringado sobre las cabezas, como si unos estuvieron llevando las varas andando sobre la acera y otros andando por la calle. Me quedé muy sorprendido, porque la procesión de Corpus Christi ha sido la más impresionante y solemne de toda la Cristiandad. De hecho, se la preparaba con tiempo, reclutando gremios de artesanos, niños, monjitas, beatas, representantes de funciones públicas, eclesiásticos, obreros y militares que, en orden pre-establecido, se ubicaban a lo largo de la procesión, que iba rematada al fondo con la custodia llevada por el obispo o su delegado, bajo palio bien bordado, y la banda militar que cerraba todo. Los exégetas decían que ese “todo” conformaba el cuerpo social de Cristo, poderoso concepto que eventualmente sería adoptado por reyes y virreyes para organizar sus desfiles de popularidad y patentizar su propio cuerpo social. 

Y así eran las de Cuenca hasta los años setenta más o menos: larguísimas procesiones con todos los estamentos de la sociedad, descontentos a menudo con su ubicación en la procesión. La aristocracia tuvo siempre puesto fijo, que era inmediatamente adelante del palio, como si protegiera la custodia del Santísimo. No así los gremios, que pugnaban por una ubicación cercana a la custodia. En mayo de 1577, hubo un reclamo de los tres “oficios” que habían en la ciudad, y el Cabildo accedió a que se les diera posición más cercana al estandarte del Santísimo, primero a los sastres, luego a cerrajeros y herreros y finalmente a los zapateros. Es que el culto de la Eucaristía se estableció muy temprano, con la creación de la Cofradía del Santisimo Sacramento en el mismo año de fundación de la ciudad, generando con el tiempo un singular culto popular que duraría siete días en los que se haría gala, de piedad cristiana en la catedral y de locura pirotécnica en el parque principal. En los primeros 100 años de vida de la ciudad, la Cofradía se dedicó principalmente a la organización de la procesión del Corpus Christi, y a eventos del día de la octava, o sea dos días. Ligeros indicios de cambio aparecen más tarde, por ejemplo, en 1689 en que se mencionan gastos de cera para “algunos” de los 8 días del octavario, y en 1700 en que se reporta el salario del arpista para toda la octava, o sea 8 días. En el lapso 1729 a 1738 se menciona ya el término Setenario que podría indicar la institucionalización de la fiesta actual. 

Los días del Setenario eran bastante uniformes, porque así rezaba el ritual establecido, acaso con modificaciones de forma, que reflejaban el empeño y la contribución económica de los priostes, que cambiaban cada día. El día de un prioste comenzaba en la tarde (vísperas) y se terminaba el día siguiente con una procesión (cerrame) similar a la del Corpus Christi, pero más pequeña. El jolgorio comenzaba hacia las seis de la tarde con el envío al cielo de un globo inmenso que decía en su entorno “Gloria al Santísimo”. Al final del festival pirotécnico, hacia las diez de la noche, se enviaba otro globo grande similar al anterior. Estos globos eran conocidos por el vecindario como globos de la seis y de las diez, sirviendo de paso como registros cronológicos del festival. Por cierto, mi madre los buscaba en el cielo (vivíamos a solo dos cuadras del parque) para chequear mi tiempo fuera de la casa. Me han encantado siempre los globos, y me metía allí para ayudar agarrando una puntita y jalando suavemente hacia arriba para que entre el aire caliente de la mecha y se eleve el globo. Mandar los globos grandes era asunto solo de los expertos en “globería”, que no podían arriesgar su rompimiento en manos inexpertas.  

Para toda salida al setenario, de noche, mi madre me condicionaba el permiso a la entrada en la iglesia para que oiga el sermón y rece alguna cosa. En realidad iba allá, pero me quedaba solo el tiempo necesario para captar alguna frase sencilla para citarla en casa si me sometían al examen. Luego salía al parque armado de una “pallca” y algunos dardos para disparar a las chicas y a algún distraido que pasare cerca. El dardo era un pedazo pequeño de papel envuelto sobre sí mismo con saliva hasta quedar convertido en un objeto similar a un palillo de dientes, que luego era doblado por la mitad y encajado en el elástico de la pallca para su uso. El dardo dolía bastante cuando se estrellaba en la piel, y aun no alcanzo a entender por qué se le llamaba “piropo”. 

Y de piropos algo sé. Todos los años la escuela Cornelio Merchán participaba en algún cerrame del Setenario, con nosotros vestidos con el infaltable uniforme de boy-scouts. Unos pocos pugnábamos por ser elegidos para llevar los faroles. El farol era un armazón de palos cubierto de papel periódico pintado de alegorías del Setenario. Una tabla en la parte inferior permitía poner velas encendidas, y un palo largo en la base servía al farolero para llevar el armatoste erguido durante la procesión. Para un guambra de quinto grado el farol era pesado. La punta del palo había que colocarla en la barriga o en el pupo para poder llevar el artefacto con dignidad. Y así, fachosos, los soldados de Cristo salíamos desde María Auxiliadora hasta el parque Calderón, gritando y cantando el himno del Primer Congreso Eucarístico de Cuenca, eso sí como saliera el tono, ya que no había acompañamiento musical, ni conocíamos bien la letra: 

“Gloria a Criisto en su graan sacrameeento, 

fruto eteerno del áaarbol de Adán, (tan tan tan) de las almas la lala lalaaala 

Gloria a Cristo en lalala y el pan… (pum pum pum)” 

Y sucedió que mientras entrábamos al parque alguien disparó un piropo, que fue directo a mi oreja. Por el dolor, intenté subir la mano para ver si había sangre, pero en ese momento se me viró el farol y se inclinó sobre el farol del compañero de al lado. Traté de enderezarme, pero fue tarde ya porque las velas se cayeron en el interior del farol y empezaron a quemar el papel, y lo mismo ocurrió, por carambola, con los faroleros de mi fila. Pronto la gente rodeó a los “accidentados” y en medio de la confusión sentíamos a personas jalándonos de los brazos y sacando los faroles del suelo, hasta que finalmente asomó el Padre Crespi, bíblico y enojado, imponiendo el orden con su consabido grito de “Via, via”. 

El elemento más importante del Setenario es la pirotecnia, cuyo uso en el Corpus Christi aparece registrado por primera vez en 1696. El inventario es muy amplio, aunque debe haber algunos artefactos que han sobrevivido con nuevos nombres: montantes, ruedas (pequeñas y cargadas), ruedesillas, truenos, camaretas, cohetes dobles, triquistraques, voladores de honor, serpientes, paracaídas, sonadores, ratones o buscapiés, palomas, hélices, olletones, armas de combate, emblemas, castillos, y una serie de figuras construidas en volumen y cargadas de pólvora, con motivos tanto religiosos como políticos. En el Setenario de 1893, por ejemplo, se presentaron una fuente que arrojaba raudales de luz, la estrella de Colombia y un volcán arrojando serpientes de fuego. Recuerdo también vagamente una presentación de aviones pirotécnicos, uno peruano y otro ecuatoriano, que simulaban un combate aéreo deslizándose en cuerdas separadas pero en sentido contrario y escupiéndose fuego mutuamente. Todos bellos y sonoros, aunque el más emblemático es el castillo, casi la razón principal para asistir al festival pirotécnico. Su aparición en Cuenca ocurrió en 1781 con motivo del nacimiento de un hijo de los Príncipes de Asturias, en festejo de mayo pasado al Setenario. Se adquirieron dos castillos caros, que lamentablemente se quemaron mal y en muy poco tiempo, generando dura protesta por parte del Cabildo.  

Para terminar, quiero contarles una interesante historia, ocurrida en tierra lejana pero poco conocida en nuestra ciudad. En 2006, un coterráneo nuestro, Fabián Arévalo, a la sazón residente en Austria, me invitó a participar en una gran exposición internacional llamada “Todo Ecuador” que estaba montando para el Steirisches Feuerwehrmuseum, Gross-St. Florian, Austria, que abarcaba arte, arqueología y etnografía del país. Lo más ya estaba avanzado, y con mi aceptación a ocuparme de la exposición arqueológica, quedaba en el aire solamente la etnografía. Ahí me entero entonces que el Feuer… es realmente el museo de los bomberos de St. Florian y se me ocurre la idea de que dos cuencanos podríamos fácilmente formar equipo con los bomberos para manejar el fuego de los dioses. Le dije a Fabián, en tono poco ambicioso, que tal vez podríamos hacer alguna exposición fotográfica del Setenario, dar una conferencia sobre símbolos locales, para resaltar de paso los radiantes cuadros de globos de Chalco que venían a la exposición, etc. Fabián no dijo mucho, pero me di cuenta que le puse fuego a sus neuronas. Pasado unos minutos, me dijo: 

- Interesante lo que dices, pero es poca cosa. 

- Poca cosa. Lleva entonces un castillo y una vaca loca... 

- ¿Por qué no? 

- ¿Te imaginas tú, en estos tiempos de armas de destrucción masiva, llevando a la UE una arroba de pólvora en un talego? 

Fabián hizo averiguaciones y se concluyó al fin que sí se podía hacerlo, pero con precauciones. Inmediatamente fue a Cuenca y montó una operación de compra y envío de pirotecnia cuencana para la exposición de St. Florian. Los pirotécnicos cuencanos Jorge Baculima y su esposa Narcisa Quinde fueron contratados para proveer un castillo de cuatro cuerpos, vaca loca, venado loco, globos medianos y pequeños y cohetes diversos, que debían ir por barco. ¿Y cuál era el quid de la cosa para su traslado a Austria? Llevar todo en atmósfera seca y separado: los carrizos, las mechas, la pita, los ingredientes de la pólvora (azufre, salitre, clorato, carbón, etc.), el papel. Nos embalamos y quisimos también llevar los dulces de Corpus, pero ahí se presentaron muchos problemas que nos obligaron a desistir. En todo caso, cuando viajé a St. Florian, para la quema en la octava de Corpus de Austria, los pirotécnicos estaban trabajando duro para hacer la pólvora y cargarla en los cohetes, y ensamblar todos los artefactos, previamente cubiertos con papel y alegorías eucarísticas. Era de ver a los austríacos vecinos del Museo, husmeando discretamente y viendo como tomaban forma los carrizos y ese castillo bien plantado que se parecía a una torre de asalto medieval. 

El evento luminoso tuvo lugar en un patio bastante grande del museo, con el castillo en el centro, y mesas y sillas alrededor para los asistentes. Al efecto, se cerraron las calles adyacentes y se pusieron sillas para un público que superó las expectativas: 30.000 personas más o menos, de diferentes ciudades austriacas y de fuera de Austria visitaron la exposición. Mostramos lo que prometimos y eso gustó a la gente. Como bien sabemos, la pirotecnia ha dado saltos cuánticos en descubrimientos de colores, nuevas combinaciones y variedades increibles de performance, que ahora se puede ver con solo salir a festejar el día nacional del país. Es por ello que preferimos mostrar el lado artesanal de la pirotecnia cuencana, la mejor del Ecuador sin duda. Al efecto, instruimos a Don Baculima a que se olvide de las innovaciones modernas que conoce, y en su remplazo ponga la tecnología tradicional heredada de padres y abuelos. Los austríacos quedaron asombrados de ver tanto color y forma saliendo vigorosos de carrizos andinos hábilmente trabajados para darnos fuego. De haber sido posible, imagínense la alegría que habríamos tenido verles consumiendo los “corpitos” y suspirando con nuestros “suspiros”, mientras “huían” de la vaca loca y de los ratones. Luego de la quema, al castillo se le movió un poco de su sitio para asociarle más directamente con una sala de pirotecnia cuencana instalada por el Museo, donde en, pequeñas maquetas de carrizo, se podían ver cohetes, castillos, hélices y otros artefactos cuencanos. 

Uuufff, me agarró la noche con frío y sin canelazo…mejor me voy… Si fuera guambra, mi mami me estaría ya pidiendo el resumen del sermón de la catedral y restregándome en la cara la noticia de que, en el parque, ya habían soltado el globo de las diez… Taluego. 

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