
Luego de las tremendas “aguas mil”, que nos traía el mes de abril, los cuencanos entrábamos en una especie de nube rosada que nos levantaba el ánimo y nos hacía proclives a lo que podría llamar “la alegría de lo sagrado”. Y mayo tiene hartas fiestas religiosas que nunca acababan con solo la bendición del cura, del prioste o del organizador. En Cuenca, y en Mayo, hasta el rosario más infeliz y la novena más aburrida, venían acompañados de alguna mistela, algún chocolatito caliente, un chumalito, un quimbolito, un draquesito, habitas tiernas con quesillo, y todo lo que termine en -ito, que siempre significa cariño y confianza entre los cuencanos. Mayo era también el mes con olor a inocencia, a retamas, a velas encendidas, primeras comuniones, bautizos, confirmaciones, visitas de vírgenes barriales, días de la madre, y visiones bucólicas de la familia cuencana, muy bien plasmadas en las páginas de “Sábados de Mayo” (Miguel Moreno y Honorato Vázquez 1908), el poemario más cuencano de todos los tiempos. Y para abundar más, todo girando en torno al ser más querido de la ciudad de antaño, la Virgen María.
Se sabe muy poco sobre el origen y desarrollo de este culto religioso, aunque está claro que es derivado de las diversas tradiciones marianas que se difundieron de España a Hispanoamérica con la conquista y colonización europeas. Por cierto, el portal a la vida religiosa colonial se encuentra, en los archivos, por la ruta de las “cofradías”, entidades que organizaban el culto externo de sus patronos y otras actividades sociales de sus miembros. Las de Cuenca, mestizas e indígenas, fueron numerosas en la colonia. En este punto, valga solo saber que las primeras cofradías marianas aparecieron a comienzos del siglo XVII: las de la Limpia Concepción, de Nuestra Señora de la Asunción y de Nuestra Señora de Copacabana, por 1610, añadiendo una un poco más tardía, la de Nuestra Señora del Rosario, hacia 1642.
Qué de maravillas habrá en los viejos documentos sólo lo sabe la Santa Virgen. Pero algo bueno será, ya que sorpresivamente, a fines del siglo XIX, encontramos en Cuenca un culto mariano en pleno apogeo, con las mismas vírgenes “veteranas” de los documentos de archivo, acompañadas esta vez de santas beldades recientes, como la Virgen del Perpetuo Socorro, Nuestra Señora del Auxilio (nombre oficial de la María Auxiliadora), la Virgen de Fátima, de la Merced, de Lourdes, La Dolorosa y otras, curiosamente sin contar con famosas virgenes locales, como las del Cisne y del Quinche que, ya en la época, “arrastraban” tras ellas a miles de devotos y peregrinos.
Por cierto, todas ellas eran susceptibles de ser coronadas, siguiendo una vieja tradición cristiana. Conocemos al menos de dos coronaciones realizadas en nuestra ciudad. La primera, de 1933, fue a la Virgen del Rosario, rebautizada como “Morenica” del Rosario por el gurú del culto religioso del momento, Honorato Vázquez. Una multitud inmensa se juntó en la planicie al sur del puente Centenario a presenciar y vitorear a la Virgen Reina coronada, a cuyo efecto, la clase acomodada de la ciudad había hecho “vaca” con contribuciones de joyas, preseas, medallas, etc., para subsanar el gasto de dos coronas, una para la Virgen y otra para el Niño, amén de cetros y rosario, todos de oro y pedrería. Diríase que el “proyecto coronación” fue montado sotto voce, tanto que ni la misma aludida parece haberse enterado. Según Octavio Sarmiento, quasi cronista de la ciudad (Cuenca y yo, 1990), “la idea de la coronación canónica surgió de la mente del Canónigo Dr. Nicanor Aguilar, idea de la que también participó el P. Julio Matovelle, la que fue trasmitida al Prior de la Casa Dominicana de Cuenca, Fray Alberto Piedra, quien presentó como moción en el Congreso Mariano celebrado en Cuenca que se solicite a Monseñor Hermida llevar adelante el proyecto y hacer llegar su petición a Pio XI, idea que fe muy bien recibida en el Vaticano”. Largo caminar que, como toda acción humana, requiere de allegados y palancas en altas instancias.
La segunda coronación fue la de Nuestra Señora del Auxilio, en 1950, que reunió otra inmensa multitud, acaso más grande que la anterior (se habla de 50.000 personas), en el Estadio Municipal, que existía ya en la misma planicie de la anterior coronación. Escuelas y colegios, representaciones de 63 parroquias, delegaciones de Guayaquil y Riobamba, asociaciones religiosas y pueblo en general … nadie faltó a la ceremonia oficiada por Monseñor Domingo Comin, en representación del papa Pio XII. Huelga decir que la corona de la Auxiliadorita, o mas bien dicho las coronas (no olvidar que siempre son dos, una para la mami y otra para el guagua) fueron simplemente celestiales. Según el Libro de Acontecimientos 2022 (grupo on line Historias y Personajes de Cuenca) al que estoy siguiendo en este párrafo, solo la de la Virgen tenía 467 brillantes, 110 perlas genuinas, 45 esmeraldas, 30 zafiros, 40 rubíes, 60 topacios y dos diamantes de tres gramos cada uno, esto últimos donados por doña Florencia Astudillo, en su tiempo la cuencana más rica de Cuenca o del Ecuador o del mundo, no lo sé bien. Y como era costumbre ya, todos haciendo vaca con aportes de joyas y colectas de dinero en las provincias de Azuay, Cañar y Morona Santiago, que permitieron obtener un par de kilos de oro. Claro que hubiera sido mejor no andar divulgando el valor de esos tesoros, por la inevitable auri sacra fames …. que justamente le cayó a nuestra Virgencita, en 1990, cuando se iba a celebrar los 40 años de su coronación. Se dice que el sacerdote encargado colocó las piezas en las imágenes la noche anterior a la ceremonia, con la sorpresa de que, a la mañana siguiente, cuando abrió la iglesia, habían desaparecido. Típico caso del “aquí puse y no aparece” … hasta el día de hoy. En estas circunstancias, sobre la corona de la Morenica, mejor ni preguntemos, no vaya a caernos encima un balde de agua fría.
Cabe señalar q ue la intelectualidad cuencana se unió, o respondió, a esta efusión mariana con el desarrollo de un acendrado culto literario, que culminó en círculos académicos del siglo XX, con el reconocimiento de un cuasi género llamado poesía “marial” o mariana, con abundante caudal de versos a la Señora de las advocaciones mencionadas, incluyendo ahora las numerosas que afloraron con la musa religiosa de los poetas modernos, como la Virgen de la Escuela, la del Río, la del Colegio, la del Cementerio, la Virgen de Bronce, la de la Peña, la Molinerita, la Morenica (mencionada ya arriba), en fin, la Virgen de la Universidad de Cuenca que acabaría convertida en la Virgen de la Sabiduría, o mejor aún, con latinajo, en Sedes Sapientiae…
Había tanto poeta mariano, que hasta yo me puse a los pies de María. No faltaba más. Estudié en el colegio Manuel J. Calle, donde todos los años resonaban los ecos marianos de la ciudad. En la ocasión, el Colegio nos daba, a los últimos cursos, la tarea de participar en el concurso de poemas a la Virgen. No me acuerdo si había premio, pero en todo caso, el poema ganador era recitado, en acto de todo el colegio, por alguna atractiva compañera, y a veces publicado en un pequeño folleto. Creo que gané un par de veces y ahí comenzaron los compañeros a pedirme que “les de haciendo” una poesía, lo que a veces salía contraproducente, porque ellos terminaban ganando el premio y no yo. En fin, que todo haya sido en pro de la … Virgen del Colegio!
En mi casa, la práctica mariana era más bien discreta, o sea rezo y rezo … pero sin chumales. Por cierto, en la cristiandad, el rosario es la oración mariana por excelencia. Los rumores dicen que la batalla de Lepanto (1571) estaba casi perdida y que los cristianos la ganaron solo porque el papa y la cristiandad toda se pusieron a rezar el rosario el día de la batalla. A mi me late que mamá sabía este asunto, porque nos tenía rezándolo todas las noches, aunque pensando bien, no era tanto por la cristiandad cuanto por ganar las pequeñas y grandes batallas de nuestra vida.
No voy a explicar todos los vericuetos del rosario, pero habrá que decir algo por si haya un ateo que lea este artículo. La oración está hecha para conmemorar los misterios de María, que son 15, divididos igualmente en tres categorías: gozosos, dolorosos y gloriosos. Quien hace rezar anuncia un misterio y los acompañantes recitan diez avemarías “completas”, es decir las dos partes de la oración. De ordinario se cubre solamente una categoría, por ejemplo 5 misterios gozosos con 50 avemarías. El lío es cómo se cuenta tanta avemaría cuando se le están cerrándolos ojos al “rezador oficial”. Al efecto, se inventó una sarta de cuerda o hilo que lleva 50 cuentas (de madera, hueso o vidrio) separadas de 10 en 10 por un espacio evidente o por una cuenta más grandecita que da la indicación del cambio de misterio.
Mi mamá no tenía plata para comprar un buen rosario, así que usaba mas bien uno hecho con jurupis, unas pepitas negras que traían del Oriente. Y, con el perdón de mi mami, yo diría que, en la casa, el rezo del rosario era bastante disfuncional. Es que se dormía en medio rezo o se caía el rosario al suelo, y cuando lo recogía comenzaba dondequiera, si no al comienzo mismo de todo el rezo. Uuufff, y quién se atrevía a pedir rectificaciones estimados lectores! Pero “para pequeños males, pequeños remedios” diría el Señor. Así que, cuando mamá se dormía y no soltaba el rosario, alguno de nosotros se acercaba y le jalaba discretamente la sarta de entre los dedos para que pasen, como rezados, unos diez o veinte jurupis. Y al fin, para dejar a un lado este complicado asunto, hicimos una importante modificación lingüística: introdujimos en el rezo el concepto de avemaria “abreviada”, por cierto muy parecido a la que la mami balbuceaba cuando estaba durmiéndose: “avemaría vientre jesús, santa maría amén; avemaría vientre jesús, santa maría amén”, etc., etc. Era de ver cómo se movían los jurupis con la velocidad del rayo!
En un solo caso tuvimos que ser más serios. Cuando a mamá le dio la tifoidea y se fue al hospital, dejándonos solos, mi hermano Enrique se arrogó la función de “rezador oficial”. Supongo que también sabía de batallas, porque la primera noche de rezo nos dijo que para que mamá se cure teníamos que rezar el rosario, en versión completa, todos los días, mientras dure la enfermedad. Eso estuvo bien y todos nos alegramos de que lo haya hecho. Porque si no se veía mejoría, habríamos tenido que recurrir a la manifestación más heroica de esta devoción, que era el sabatino “rosario de la aurora” (¡achachay!), organizado, al menos en mi barrio, por la iglesia de La Merced. Había que despertarse bien temprano y acudir allá a las 5 am con la familia, incluyendo los abuelitos, para salir luego en procesión por calles aledañas, llevando faroles encendidos y cantando y rezando el rosario. Generalmente hacía frío, pero al regresar a la iglesia, el sacerdote encargado nos agasajaba con un pancito caliente y, por supuesto, con la invariable estampita de la Virgen.
Otra práctica de Mayo eran los famosos sacrificios. Mamá nos decía que este mes era muy propicio para hacer pequeñas ofrendas a la Virgen. A este efecto, puso delante del cuadro de la Virgen un canastito, en el que debíamos dejar, cada semana, un papelito con nuestro sacrificio, que nadie lo leería, y que luego mamá los juntaría todos y los quemaría en nuestra presencia el 31 de Mayo. Yo no tenía la más remota idea de qué sacrificio u ofrenda podría hacer a la Virgen Santísima. Así que, para impresionarle al menos, puse de sacrificio “no tomar agua por tres días”. Pero la señora mami nos dijo un día que los sacrificios no pueden hacerse con abstenciones de comida o “líquidos”, sino tal vez algo como pequeños cambios de comportamiento, etc. Ahí me enteré que mi mami leyó mi sacrificio, pero al fin no dije nada porque era la que mandaba en la casa. El siguiente sacrificio que puse en el canastito fue lacónico: “no pelear”. Curiosamente, todo el día me molestaron mis hermanos provocándome, y a un determinado momento ya lo sabía todo y sólo me preguntaba quien leyó mi sacrificio. De pronto, me encuentro gritándome con mi hermano Gerardo, y mi hermana Lucia que pasa por nuestro lado diciendo en voz alta: “ponen no pellar, no pellar, y siguen pellando …”. Ja ja, la traidora bella.
La Iglesia Católica ha posicionado en la sociedad que la primera comunión es el día más feliz de nuestras vidas. Cuando la hice estuve en la escuela Cornelio Merchán del Padre Crespi. Mamá, en su pobreza, logró darme un ternito nuevo para la comunión, y un enorme cirio que había que mantenerlo prendido en mi mano todo el tiempo de la ceremonia. No sabía cómo se comulgaba, pero observaba que los compañeros que lo hacían, regresaban a la banca y se tapaban la cara. Así que hice lo mismo, con el problema de que sentía mi brazo izquierdo cada vez más caliente, hasta que finalmente quito la mano de mi cara, y me doy cuenta, que el cirio que tenía en la otra mano, se había inclinado sobre mi saco derramándose en la manga toda la cera. Yaura, a enfrentar mi destino. Creo que las vecinas le dijeron a mi mami que no me trate mal por ser mi día especial, y ella solo me dijo que vaya al Hospital San Vicente de Paul, que la monjita Sor Lucía Aldaz había hecho preparar un cake por mi primera comunión. En efecto me lo dio y, al regresar a casa, me detuve un rato en la orilla del río para comer algo con gusto junto a los sauces llorones.
Pero tampoco sirvió; mami se dio cuenta que me había comido el cake que pensaba compartir con los vecinos…
Esto es historia de mi niñez y adolescencia, pequeños eventos de mi vida, buenos o malos, pero que me hicieron feliz. Mucho ha cambiado naturalmente en Cuenca, pero ya no es mi mundo. Me han dicho ahora que, a los misterios gloriosos, gozosos y dolorosos que demandaron la invención de un contador especial para orar, hay que añadir los misterios luminosos, o sea 50 avemarías más, rosarios más largos para el nuevo conteo de avemarías, y lo peor, sin rosarios de jurupis que tanto me gustaban… Pero hoy uso un Apple watch, que me avisa cuántos kilómetros ando, cuántos latidos ha dado mi huacho, cuándo tomar la pastilla, cuál es la hora de Madrid, etc. Estoy seguro que el watch debe tener una app para rezar el rosario … sin rosario. La Siri ha de saber, ya voy a hablar con ella.
Solo quiero finalizar contándoles que, en 2012, publiqué un artículo medio académico y medio anecdótico sobre un importante descubrimiento que hice en la Sierra, en alta montaña, de un flujo enorme de obsidiana, que sirvió de materia prima a los habitantes precolombinos del Ecuador para fabricar sus instrumentos. Les doy el párrafo pertinente:
“Ya no puedo andar”, le digo al muchacho guía, “nos regresamos desde aquí, solo indícame dónde está la piedra para venir otro día”. Y el me dice: “Arrimado estás pes, arrimado”. Y yo que me volteo y veo un enorme peñasco de obsidiana pura de color rojizo con negro. Me levanto y miro en mi entorno decenas de bloques grandes y pequeños en el piso del valle glaciar, que solo pueden provenir de un derrumbe de la peña adyacente. Me entusiasmo, me olvido del cansancio, y doy, a mis compañeros dormidos entre las piedras, un grito a lo Rodrigo de Triana: ¡Obsidianaaaa, obsidianaaaaaa!. Fue el día más feliz de mi vida …. después de mi primera comunión”. (Las fuentes de obsidiana en el Ecuador. Historia de una obsesión arqueológica. Revista Nacional de Cultura 21:119-134, cita en pág. 122). Foto del Libro de Acontecimientos 2022.
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